Exclusividad. Es tan valiosa. Tan deseable. ¿Por qué hablamos de esto en lugar de comida y de vino en un artículo sobre gastronomía? Bueno, porque queremos empezar esta historia con un simple hecho: la cocina francesa es única.

 

Es bien sabido que la cocina francesa fue declarada «Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad» por la UNESCO en 2010. Los amantes de la cocina francesa dijeron: «¡Por fin!».

 

Pero no nos vayamos por las ramas: Francia es la cuna de la gastronomía. La cocina francesa es famosa en el mundo entero por su calidad y su diversidad. Cuenta con una larga tradición, pero no deja de evolucionar gracias a chefs que versionan clásicos aportándoles su propia seña de identidad.

 

Las recetas y los estilos pueden cambiar, pero la base sigue siendo la misma: existe una fuerte pasión por encontrar y utilizar los mejores ingredientes con sabores que combinan bien entre sí, y por hallar el equilibrio adecuado entre sabor, textura y color. Prestar especial atención a la estética global. Y por último, aunque no por ello menos importante: una pasión por disfrutar de cada bocado y de cada sorbo de vino.

 

Todos nuestros sentidos se encienden cuando comemos y bebemos. La presentación visual crea deseo, y los aromas estimulan tus papilas gustativas hasta que, finalmente, sucumbes al deleite.

 

Ahora, hablemos del vino. Los vinos franceses son los más populares del mundo. Pero no basta con tener un buen vino. Elegir el vino adecuado marca la diferencia. Admitámoslo: vivimos un apasionado idilio imperecedero con el vino.

 

¿Qué toca ahora? En Francia, nos encanta disfrutar de varios platos. Incluso a diario. Sube de categoría la comida al convertirla en momentos de placer, en lugar de ser simplemente «el acto de comer». La tradicional secuencia de una comida francesa es: aperitivo, entrante, plato principal, ensalada (servida aparte del plato principal), plato de queso y postre (puedes obtener mucha más información sobre el queso en la sección «Todo sobre el queso»).

 

Existe otra cosa que también nos apasiona: la hora de comer. Nos lo tomamos como una auténtica ceremonia. Un ritual. Con la familia, con los amigos o con ambos. Incluso tras un largo día de trabajo, sacamos el tiempo y la energía para cocinar algo delicioso y seleccionar platos bonitos. Todo el mundo se sienta en torno a la mesa y, entonces, da comienzo la conversación sobre diversos temas. Las charlas son participativas, y todo el mundo habla, incluidos los niños, lo que crea momentos especiales de unión.

 

Todo esto explica por qué los estudios demuestran que los franceses se pasan dos horas a la mesa a diario. Más que ningún otro país en el mundo. ¡Puro hedonismo a la francesa!